Todd
Haynes homenajea en su película más popular hasta la actualidad, dos momentos
icónicos para el cine, narrando la odisea de una niña y un niño separados por
cincuenta años, pero vinculados por sus circunstancias.
El escritor e ilustrador Brian
Selznick -pariente no tan lejano del mítico productor David O. Selznick (fue
primo de su abuelo)- tuvo la primera adaptación cinematográfica de uno de sus
libros con La invención de Hugo Cabret (2011, dirigida por Martin Scorsese). En aquella oportunidad, el guion estuvo a cargo de John Logan. Wonderstruck, el último
trabajo de Todd Haynes, lo cuenta a Selznick como autor del libro y guionista
de dos historias que acontecen en épocas separadas por cinco décadas, pero
que sin embargo tienen como escenario casi excluyente a la ciudad de Nueva York.
En
1927, Rose, una chica sorda de 14 años (interpretada por Millicent Simmonds,
quien en la vida real también es sorda), se traslada a Nueva York en busca de
su madre (Julianne Moore), exitosa actriz quien se encuentra de gira teatral en
la época en que el cine mudo va dando paso al sonoro. Por su parte, en 1977,
Ben (Oakes Fegley), un chico de 12 años huérfano de madre quien acaba de quedarse sordo a raíz de un accidente, decide ir a Nueva York desde el remoto Minnesota tras la borrosa huella de su padre a
quien no conoce, valiéndose de dos pistas que encuentra en su casa. Pero si
bien las dos épocas están separadas por cincuenta años, ambos itinerarios van
siendo interpuestos en un contrapunto que quizás en un principio resulte un
poco abrupto, ya que lo mostrado de 1927 se filmó en blanco y negro en una
recreación de tópicos fílmicos y actorales de la década, sumado al clima de depresión económica, y los saltos al
bullicioso y en algunos aspectos decadente Nueva York de finales de los '70, por
momentos se tornan demasiado bruscos. La clave acaso esté en la música que
unifica las secuencias sin modificarse, dando un primer atisbo, como es de
esperarse, de que las dos historias tenderán a confluir en algún momento de la
película.
Claramente
dickensiano en muchos aspectos: chicos solos con su suerte jugada en un
principio a la mano de Dios, la ciudad como amenaza, la ausencia total de
recursos económicos, el film sin embargo tiene como tema preponderante la
comunicación y los mecanismos que las personas encuentran para establecerla. No
hay que olvidar que la sordera de los dos protagonistas es el primer guiño
explícito de confluencia. Pero hay también en él un homenaje al cine de las dos
épocas. Haynes declaró haberse inspirado en The Crowd (1928) de King Vidor y en
The french Connection (1971) de William Friedkin para componerlas. También la
presencia de los gabinetes de curiosidades y los museos, aluden al hecho
comunicacional de dispositivos que logran traer el pasado al presente, como
obviamente también el cine. En los guiños a la música como un tal vez más sutil
pero no menos efectivo testimonio de tiempo, destacan Space Oddity de David
Bowie y Fox on the run de Sweet, reproducidos en vinilo y en bandejas que no
dejan de ser tampoco (más allá de haber sido reflotados en la actualidad) un
emblema de un tiempo pasado. Y dicho sea de paso, objetos de diversa índole como portadores de historias, también tienen un lugar dentro de esa línea de conexión pasado-presente.
Julianne
Moore cuenta con ésta su cuarta participación en un trabajo de Haynes,
interpretando dos papeles de la manera brillante en que suele desempeñar sus
roles. Sobre todo, el papel de esa actriz de las postrimerías del cine mudo en
el cual la labor de un actor se encaraba de manera harto diferente dada la
ausencia de textos sonoros. Hay un film dentro del film en que una joven mujer personificada por Lillian Mayhew,
la madre de Rose, trata de salvar la vida de su hijo en brazos debatiéndose en
medio de una feroz tormenta, y es esa una de la mejores secuencias, tan a
contramano de la lógica cinemática del cine y la actuación actuales.
Emotiva,
carente de golpes bajos, sobre todo en su resolución, Wonderstruck representa ciertamente la propuesta más familiar de Haynes hasta el momento. En sus propias
palabras: "es un tributo a lo que se hace con las manos, con los dedos.
Del lenguaje de signos a la construcción de miniaturas, como la que mostramos
de la ciudad de Nueva York. Es un homenaje a lo táctil, al pegamento y a la tinta
que se quedaba en las yemas de los dedos. Recuerdo cómo se quedaba en las mías.
Y creo que los niños necesitan aprenderlo."