domingo, 11 de octubre de 2015

En la cuerda floja, de Robert Zemeckis


En una propuesta no apta para acrofóbicos, Robert Zemeckis vuelve a confirmar sus negligencias como guionista, pero también su maestría como realizador de proezas cinematográficas.

¿Hasta dónde puede llegar un ser humano que se proponga una empresa lejos de la media esperada? ¿Todo es posible para quien crea que así lo es? Seguramente que no, dado que el plafón de acción de un hombre está indefectiblemente determinado y acotado por el contexto en que se mueve. En la cuerda floja, el último film de Robert Zemeckis, habla entre otras cuestiones de eso, sin embargo resalta hasta qué punto los márgenes de acción se expanden, aun ante la concreción de proyectos harto difíciles, cuando al miedo y a los pormenores se les concede un mínimo ápice de implicación. La odisea protagonizada por Philippe Petit, el equilibrista francés que en 1974 acometió la gesta de unir las ya extintas torres gemelas del World Trade Center de Nueva York caminando por una cuerda de acero, ya había sido magníficamente narrada en el documental -basado en el libro de Petit To Reach the Clouds- de James Marsh Man on Wire (2008) ganador de un Oscar en la categoría Mejor documental. (Se recomienda a quienes no lo hayan visto, ver primero el trabajo de Zemeckis para no contar con cierta información que restaría cierto grado de sana exaltación.) En la ficción, quien asume el rol de Petit es Joseph Gordon-Levitt (G. I. Joe: The Rise of Cobra, (500) Days of Summer, Inception, Sin City: A Dame to Kill For), quien junto al genial Ben Kingsley, quien no necesita exhibición de antecedentes, salvan la un tanto plana primera parte de la epopeya en que se cuentan los inicios del artista callejero de París que fue Petit y cómo de manera abrupta las torres ejercieron sobre él su fascinación, antes incluso de ser construidas. Y se escribe esto porque indudablemente el fuerte de Zemeckis es el lenguaje visual y no su rol como guionista (el guion se escribió en colaboración con Christopher Browne). Acaso el contraste entre los momentos en que los textos y las actuaciones llevan adelante la narración y aquellos en que la increíble artillería cinematográfica revive esos edificios imponentes con un realismo asombroso sea demasiado advertible, pero vale la pena acompañar al funambulista en el momento crucial de la hazaña, eso sí, acrofóbicos abstenerse, por lo menos al 3 D, porque hay secuencias en que puede tornarse difícil bancársela. El artificio del equilibrista desde la Estatua de la Libertad anticipando los flashbacks a través de los cuales se va contando la historia, no adelantando en ningún momento el desenlace, suma, dado que uno bien puede imaginarse a una suerte de espíritu circundante de la Gran Manzana, adherido a los espacios en donde sus sueños no resultaron conforme sus aspiraciones. Es por eso que se insiste en no ver el documental de Marsh si se va a ver el film. El punto quizás más flojo es cierta para nada necesaria sensiblería (no por lo banal del hecho, entiéndase) sino por la obviedad del caso, respecto al homenaje visual y silencioso que se hace a ese emblema de la arquitectura y el comercio internacional del cual los neoyorquinos prescinden desde el ataque del 11 de septiembre de 2001. No obstante, quienes gusten del cine, principalmente en sus instancias motivacional y de narración por la increíble fuerza que cobran las imágenes cuando son manipuladas con maestría, En la cuerda floja es una opción más que decente.