viernes, 16 de mayo de 2014

De cómo suelen mutar algunos cisnes

No necesitaba del sudor
para ahuyentar el miedo
a la solitaria noche,
sacudíase cada vez más las sanguijuelas
de las pantorrillas
(tan bajo habían caído que ahí podía vérselas
con la inestimable ayuda del vino,
apiñadas como ratas bajo influjo 
de un dulce e inesperado veneno.)

Cundía un pavor cinematográfico
cada vez que los desprevenidos voyeurs
compulsaban el sonido
de quien revelaba un secreto
capaz de derretir no sólo sus alas,
sino también, 
por si acaso, 
las de los aparentes dueños de las letras,
los gestos, 
las imágenes y la música.

Es el teatro muchachos,
incautarse un prestigio perenne,
haber nacido lejos del barro.

Sin embargo, no le es dado a cualquiera
el arte de la intrépida burla,
debe ponérsele savia a tanta secreta venganza.

Y ahí se lo ve bailando, eléctrico, 
envolviendo gorrioncitos en retales de seda,
tornándose cada vez más azul,
cada vez menos sonoro,
cada vez más invisible...