Hace cien años, publicado por la
editorial Grasset, Por el camino de
Swann, el primero de los siete volúmenes de En busca del tiempo perdido, comenzaba a transitar una senda que la
llevaría a convertirse en parte de una de las novelas capitales del Siglo XX.
Marcel
Proust, su autor, nació el 10 de julio de 1871. Su nacimiento se dio en Auteuil
debido a que Jeanne Clemence Weil decidió alejarse del peligro que
representaban los bombardeos alemanes en París y dar a luz allí. Jeanne, madre
de Proust, era hija de un empresario bursátil de origen judío, y su padre, Adrien
Proust, un notable médico epidemiólogo de su tiempo. La infancia y juventud del
escritor transcurrieron en el marco político que prosiguió a la guerra
franco-prusiana, en la estela divisoria que abrió el affaire Dreyfus y en el
contexto social y cultural de la belle
époque. El asma lo acompañó prácticamente toda su vida, desde los nueve
años hasta su muerte a los cincuenta y uno. Contra la voluntad de su padre se
negó a seguir la carrera diplomática y comenzó a frecuentar los círculos
literarios de su época de juventud. Asistió a cátedras en la Sorbona,
principalmente a la de Henri Bergson, filósofo que influyó profundamente en
Proust; de hecho el eje principal de su exploración literaria está anclado en
los conceptos de creación, tiempo, obra de arte y percepción e intuición
bergsonianos. En 1896 publicó Los
placeres y los días, una miscelánea de sueltos, poemas y esbozos
filosóficos. Jean Santeuil, su
primera novela, se dio a conocer póstumamente en 1953. Allí se advierten
ciertos rasgos precursores de la profunda indagación que más tarde llevaría a
cabo en la novela que se está reseñando. En 1904 publicó traducciones al
francés del crítico de arte inglés John Ruskin. Los artículos publicados por
Proust en Le Fígaro constituyeron
también una suerte de mix en los que se narraban desde los pormenores del salón
donde “recibía” una noble de la época, hasta el recuerdo de los espinos blancos
de su infancia. En 1909 comenzó a trabajar en En busca del tiempo perdido, obra que fue creciendo y nutriéndose a
medida que Proust declinaba. François Mauriac declaró tras su muerte: “vimos,
en un sobre manchado de tisana, las últimas palabras ilegibles que había
trazado y entre las que sólo acertamos a descifrar el nombre de Forcheville.
Así, hasta el fin, sus criaturas se nutrieron de su sustancia, agotando lo que
le quedaba de vida”. La novela terminó de publicarse hacia 1927, es decir
cinco años después de la muerte su autor.
Pero
ciertamente podría asegurarse que todo lo escrito en el párrafo anterior a modo
de introducción, de breve biografía del artífice de la novela que inspira este
artículo, sería refutado por el propio Proust, ya que él no creía acertada esta
forma de dar cuenta acerca de la vida de un escritor. De hecho fue famosa su
polémica con Charles Augustin Sainte-Beuve a través de un escrito llamado Contra Sainte-Beuve redactado entre 1908
y 1909 y publicado de manera póstuma en 1954, haciendo referencia a esto.
Proust afirmaba que los testimonios de amigos, familiares o allegados, las
cartas, las invitaciones a fiestas, en última instancia la vida social, no
aportan elementos esclarecedores del yo-escritor. ¿Qué necesidad habría de
escribir si ese yo fuese fácilmente asequible a esas personas con quienes el
escritor se ha relacionado? Dice Arturo Fontaine en una conferencia que dio en
Santiago de Chile en 1995 sobre À la
recherche: “precisamente lo que hace
escribir es que hay una cierta dimensión de la persona que queda sumergida y
que escapa al yo-social de alguna manera”. De modo que si es el yo-escritor
y no el yo-social el que construye una obra en donde queda asentado el más fiel
registro de quién fue verdaderamente ese ser humano que sintió la férrea
necesidad de dar cuenta de algo, vayamos sin más a su En busca del tiempo perdido e intentemos encontrar a ese sujeto que
asediado por la muerte que llegaba inevitablemente, rescató del olvido sus
tesoros personales con el objetivo de invitar a sus lectores a rescatar los
propios.
En busca del tiempo
perdido es
una novela extensísima. Está compuesta por siete volúmenes: Por el camino de Swann, A la sombra de las
muchachas en flor, El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La Prisionera,
Albertina ha desaparecido y El tiempo recobrado. La traducción al español
que más se ha difundido es la de Pedro Salinas y Marcelo Menasché. Se publicó
entre 1913 y 1927, de manera que los últimos volúmenes llegaron a los lectores tras
la muerte de Marcel Proust el 18 de noviembre de 1922. Los temas de la novela
son variadísimos.
El
primer volumen, Por el camino de Swann, es
una introducción a ese universo proustiano de una inquisición analítica y
filosófica exhaustiva. Frecuentemente se le atribuye a André Gide la frase: "No puedo comprender que un señor
pueda emplear treinta páginas para describir cómo da vueltas y más vueltas en
su cama antes de dormirse”, la frase en realidad corresponde al editor
Humblot. Humblot argumentaba esto como excusa para rechazar la publicación del
libro, cuyo derrotero hasta llegar a los lectores no fue precisamente fácil. Los
temas de este primer tomo son la dependencia emocional del personaje principal
para con su madre -tema desarrollado ya por Proust en Jean Santeuil-, la infancia en Combray (Illiers en la “realidad”),
lugar en donde el pequeño Marcel pasa los veranos con su familia que es visitada
por las noches por Charles Swann, un marchante de arte que hace sonar una
campanilla que le da la pauta al niño al escucharla de que esa noche no
recibirá el beso de su madre. Aparece por primera vez un tema recurrente en
Proust, los celos. Un amor de Swann es
una sección importante de Por el camino
de Swann, en efecto, se ha publicado también por separado. La relación
entre Charles Swann y Odette de Crécy, está tratada como una suerte de ensayo
en relación a las arbitrariedades que está destinado a sufrir inevitablemente
–según Proust- quien ama. El tema del amor y los celos vuelve como preocupación
central en los quinto y sexto volúmenes.
En
A la sombra de las muchachas en flor este
personaje que aún se encuentra en una etapa de recolección de datos e
impresiones, sin sospechar siquiera que llegará el día en que sentirá la
ferviente e insoslayable necesidad de formular a través de la literatura un
sistema de decodificación de esas señales, conoce a varios de los personajes
centrales de En busca del tiempo perdido:
Bergotte, ese escritor héroe de la infancia, acusado injustamente por
cierta crítica de ser un mero cincelador de pequeñeces -acaso una autodefensa
de Proust como reacción a la repercusión de su obra hasta ese momento-, Saint-Loup
y el barón de Charlus, de alguna manera un primer acceso concreto al mundo
Guermantes que va a ser mucho más desmenuzado en el tercer volumen, el pintor
Elstir, y el grupo de muchachas conformando un grupo indivisible, ya que el
objeto de amor es el grupo y no en singular una de las muchachas que lo
componen. Es también una de las ideas más fuertes de este segundo volumen el descubrimiento
del Balbec en la ficción, Cabourg en la realidad, que como esos lugares que nos
representábamos hostiles desde nuestra previa especulación, inesperadamente nos
reciben amigablemente. A la sombra de las
muchachas en flor obtuvo en 1919 el premio Goncourt.
Al
fin, en El mundo de Guermantes, este
Marcel que “no es del todo” Proust, logra penetrar en una esfera social que
hasta el momento le había estado vedada, y que constituía una suerte de ideal
simbolizado en ese nombre “Guermantes”. Los nombres en En busca del tiempo perdido son tratados como una de las tantas
puntas de iceberg visibles de un macrocosmos de impresiones que se oculta bajo
una cara meramente simbólica. La incursión de la burguesía en el mundo de la
aristocracia es uno de los temas centrales de lo que podría decirse que en Proust
es una suerte de narración circunstancial o eventual, dado que estos
acontecimientos que no obstante ocupan gran parte de la novela, ofician acaso
el rol del peso narrativo de una arquitectura en la que más adelante van a
emerger los resultados de esa búsqueda, relegando estos aspectos
circunstanciales a la necesidad de mero contraste, del aporte de una densidad
necesaria para que puedan sostenerse las impresiones e ideas de las que se dará
cuenta en El tiempo recobrado.
Sodoma y Gomorra simboliza la salida
de la infantil inocencia del protagonista, no sólo en relación a la iniciación de
un joven que comienza a descubrir el mundo de los adultos, sino también se
plantea en el cuarto volumen, la idea de un cierto desengaño experimentado por
alguien quien, tras ese nombre Guermantes, dejó crecer un ideal que comienza a
mostrar sus grietas. Las andanzas del barón de Charlus, sus idas y venidas con
el violinista Morel y el interrogante amoroso que despierta en Marcel su
oscilante amor por Albertina, introducen a la honda reflexión que hay en En busca del tiempo perdido acerca de la
cuestionable, según Proust, idea de ese amor absoluto que conforme el tiempo va
modificando inevitablemente nuestros sentimientos y pareceres, no está
destinado a otra cosa que a desvanecerse. En Sodoma y Gomorra, Charles Swann, uno de los personajes centrales de
la novela, hace su última aparición.
El
traslado a París de Marcel junto a Albertina, encerrada y virtualmente presa,
es el tema predominante en La prisionera.
Tanto el protagonista como el barón de Charlus experimentan los ribetes más
sórdidos de la experiencia amorosa desde el punto de vista proustiano: quien
ama está condenado indefectiblemente a sufrir, ya que ese ideal, que habita
previamente en nosotros, es depositado en alguien de manera arbitraria,
cubriendo de esa construcción utópica a la verdadera persona, que se transforma
en el ser amado hasta que su personalidad real aflora y conduce inevitablemente
al desengaño. Ese es el dictamen más fuerte en La prisionera. Por otra parte, comienza a observarse una
decantación, una suerte de toma de perspectiva en el personaje central, cuyo
fin es templar y preparar ese nivel de penetración que dará como resultado los
veredictos que a través de hechos involuntarios aparecerán en el último
volumen, despertando esa fe perdida en las letras.
Albertina ha
desaparecido es
el sexto volumen de la novela. La composición del genial personaje Vinteuil,
que cristaliza a esta instancia de la obra, representa la firme idea de Proust
acerca de la música como una de las puertas de acceso a esos paraísos perdidos
a la búsqueda de los cuales se encamina el narrador de manera cada vez más
nítida. La música es una de las llaves a esa dimensión incorruptible: “Cuando el pianista acabó de tocar, Swann
estuvo con él más amable que con nadie, debido a lo siguiente: El año antes
había oído en una reunión una obra para piano y violín. Primeramente sólo
saboreó la calidad material de los sonidos segregados por los instrumentos. Le
gustó ya mucho ver cómo de pronto, por bajo la línea del violín, delgada,
resistente, densa y directriz, se elevaba, como en líquido tumulto, la masa de
la parte del piano, multiforme, indivisa, plana y entrecortada, igual que la
parda agitación de las olas, hechizada y bemolada por la luz de la luna. Pero
en un momento dado, sin poder distinguir claramente un contorno, ni dar un
nombre a lo que le agradaba, seducido de golpe, quiso coger una frase o una
armonía. No sabía exactamente lo que era lo que, al pasar, le ensanchó el alma,
lo mismo que algunos perfumes de rosa que rondan por la húmeda atmósfera de la
noche tienen la virtud de dilatarnos la nariz. Quizá por no saber música le fue
posible sentir una impresión tan confusa, una impresión de esas que acaso son las
únicas puramente musicales, concentradas, absolutamente originales e
irreductibles a otro orden cualquiera de impresiones.” (Fragmento de Por el camino de Swann). El casamiento de Gilberta Swann con Robert
de Saint-Loup, une por fin el camino de Méséglise con el de Guermantes,
alegorizando esa incursión creciente de la burguesía en el mundo aristocrático.
El viaje a Venecia por su parte, recogerá una de esas impresiones que
reformuladas en un futuro ya no tan lejano, harán posible la recuperación de
ese tiempo perdido.
El tiempo recobrado es sin dudas el
momento de la cosecha, de la recuperación involuntaria de esos paraísos
perdidos. Si existe algo que pueda llamarse filosofía proustiana, es indudable
que en este último volumen es donde más enfática y claramente Proust trabajó su
filosofía y su mensaje. Equivocadamente suele afirmarse que Marcel Proust era
un burgués acomplejado y snob cuya verdadera motivación era componer un
exacerbado encomio de la nobleza de su tiempo. Acaso en un principio ni él
mismo supiese a ciencia cierta hasta qué punto de afianzamiento llegarían sus
veredictos, dado que toda su carrera literaria constituyó un proceso de
maduración de estas ideas que sirvieron para hacer decantar lo superfluo y
jerarquizar los conceptos sobre los que trabajó en El tiempo recobrado. Y en ese proceso de decantamiento y
jerarquización queda evidenciado que el objetivo no era hacer un culto a la
nobleza que paulatinamente iba siendo penetrada por la burguesía de la que
Proust formaba parte, sino tomarla como uno de los tantos temas de exploración
para hacer emerger, habiendo logrado el contraste ineludible, las revelaciones
universales escondidas, ya no detrás de un nombre centenario, ya no tras el
peso histórico de un lugar, sino bajo la cara visible de experiencias tan
aparentemente banales como la textura de una servilleta, la famosa magdalena, o
el golpe de una cuchara en una taza.
Personas-personajes, Tiempo, Arte y
Metafísica:
Pero
es evidente que más allá de la división de esta novela en siete cuerpos en los
que puede hacerse un recorte bastante definido de los temas abordados en cada
uno de ellos, En busca del tiempo perdido
está indiscutiblemente atravesada por tres grandes troncos temáticos –Sociedad, Tiempo, y Arte y relación de
éste con la dimensión metafísica de la experiencia- sobre los que, a la
manera de un pintor que sigue robusteciendo con sus pinceladas un motivo que
siente que no termina de adquirir la facultad de transmitir el mensaje para el
que fue concebido, Proust fue trabajando, acaso encontrando, a medida que la
escritura avanzaba, la manera más efectiva de delimitación de esa materia
invisible que para sostenerse necesitaba de un contrapeso y una densidad que la
consolidasen. Es oportuno aclarar sin embargo que la novela no fue escrita progresivamente,
ya que el proceso de redacción de Proust conllevó hasta sus últimos días un
ejercicio de corrección y agregado de cuartillas a los volúmenes que no habían
sido todavía editados. Se sabe también que el desarrollo argumental no se dio de
forma gradual, ya que El tiempo recobrado
estaba prefigurado desde el inicio del proceso de escritura de la novela,
en cuyo rasgo de circularidad necesariamente tuvo que pensar de antemano el
autor para que ese artilugio narrativo y su efecto en los lectores surtiesen el resultado esperado.
George
Painter, en su biografía definitiva sobre Proust en dos volúmenes Marcel Proust: a biography, escribió: “Proust creía, fundadamente, que su vida
tenía la forma y trascendencia de una obra de arte. Por esto se propuso
seleccionar, proyectar en la distancia, y transformar la realidad, a fin de
revelar su universal trascendencia.” Lo que tal vez no observase tan
nítidamente en un comienzo el propio Proust, es que no todos los aspectos de
esa vida ofrecían ese rasgo trascendental, y acaso intuitivamente, a modo de
quien separa la paja del trigo, empezó nutriendo los aspectos menos sutiles de su
vida, componiendo en consecuencia un cuadro milimétrico de esa alta sociedad en
decadencia que es penetrada lenta pero inexorablemente por la burguesía
francesa de principios del S. XX.
Existe
una tendencia a creer que cada personaje de En
busca del tiempo perdido está basado en un solo personaje real. Al respecto
declaró el mismo Proust: “...no hay claves
que permitan identificar personajes reales con los de mi novela, o, mejor dicho,
a cada personaje novelesco corresponden ocho o diez claves./ …creo que si
Bergotte o Saint-Loup, por ejemplo, están compuestos, cada uno, de seis o más
retazos de seres reales, el lector preferirá que los mencione a todos.”, escribe Painter a colación en el prólogo de su biografía. Lo
que en rigor debe decirse es que muchos de esos personajes constituidos por
varios fragmentos, llevan también, además de los retazos de las personas
aludidas por el autor, partes de su propia personalidad y sensibilidad.
Se
suele decir o escribir que Proust tenía una preocupación filosófica respecto
del tiempo. Esto es muy cierto, pero a menudo, cuando se habla de En busca del tiempo perdido, se alude a
la novela como la historia de una especie de nostálgico que a través de esa
narración en primera persona, busca embarcar al lector en una suerte de
melancolía en función de un pasado en donde todo fue mejor. Para entender la
relación de Proust con el tiempo necesariamente hay que remitirse a la
filosofía de Bergson, ya que la obra de Proust, entre otras tantas cosas, es una exploración literaria de la filosofía
bergsoniana. Henri Bergson (1859-1941) hablaba de dos dimensiones y
percepciones temporales. Por un lado, aquella de la que puede darnos parte el
análisis, que necesariamente debe hacer un recorte de una determinada porción
de tiempo y representar este valor a través de un símbolo, y por otro, una
dimensión temporal interna, una duración del yo que es un devenir constante, de
la cual puede solo dar cuenta la intuición; en palabras del propio Bergson: “el análisis opera sobre lo inmóvil,
mientras que la intuición se coloca en la movilidad, o –lo que viene a ser lo
mismo- en la duración. Aquí está la línea de separación bien clara entre la
intuición y el análisis. Lo real, lo vívido, lo concreto, se reconoce porque es
la variabilidad misma. El elemento se reconoce porque es invariable. Y es
invariable por definición, por ser un esquema, una reconstrucción simplificada,
con frecuencia un mero símbolo, en todo caso, una vista tomada sobre la
realidad que fluye.” ¿Y cuáles son las alegorías proustianas que nos hablan
de esa duración interna que se manifiesta a través de una impresión o
percepción que se nos representa involuntariamente? Sin lugar a dudas la famosa
magdalena es la más aludida. Pero lo son también la servilleta y su textura, la
baldosa desigual, la cuchara y el fragmento de la sonata que suspendía a Swann
es una especie de nirvana. Sin embargo la magdalena no conduce a la magdalena,
sino a Combray, es decir, al pueblo de la infancia del narrador; la servilleta
y su textura no conducen a otra servilleta, sino al Balbec de la juventud del
narrador; la baldosa despareja lo retrotrae a Venecia. Por consiguiente,
necesariamente esa duración interna que se ha adherido a la conciencia en el
pasado en Combray y en el presente en la degustación de la magdalena, ha
emergido involuntariamente conectando dos elementos desiguales, en dos recortes
de tiempo diferentes, pero en rigor caras visibles de un sustrato que las funde,
suprimiendo esa distancia cronológica de décadas que separa esos elementos. En
palabras del propio Proust: “Acerca de la
extremada diferencia que hay entre la impresión verdadera que hemos tenido de
algo y la impresión ficticia que se consigue cuando tratamos de
representárnosla voluntariamente, no me detenía, recordando demasiado con qué
indiferencia relativa Swann había podido hablar antes de los días en que era
amado, porque debajo de aquella frase veía algo más que ellos…; comprendía
demasiado que lo que la sensación de baldosas desparejas, la rigidez de la
servilleta, el gusto de la magdalena despertara en mí no tenía ninguna relación
con lo que trataba a menudo de recordar de Venecia, de Balbec, de Combray, con
la ayuda de una memoria uniforme; y comprendía que la vida pudiera considerarse
mediocre aunque en algunos momentos pareciera tan hermosa porque en el primer
caso, por algo muy distinto a ella misma, es que se la juzga y se la desprecia,
por imágenes que no conservan nada de ella.” (Fragmento de El tiempo recobrado).
En
octubre de 1888, el joven Marcel Proust comenzó a cursar, bajo el tutelaje del
profesor Marie-Alphonse Darlu, su curso de filosofía en el Lycée Condorcet.
Darlu fue quizás quien despertó en Proust esa convicción de que el arte debía
dar testimonio ante nada de esa dimensión metafísica de la experiencia. En el
prólogo de Los placeres y los días escribió
acerca de su maestro: “Gran filósofo
cuyas luminosas palabras, que sin duda perdurarán más que muchos libros, me
enseñaron a pensar a mí y a muchos otros.” George Painter por su parte, en
el primer volumen de su extensa biografía sobre Proust escribió al respecto: “Marcel aprendió de Darlu que para que una
obra de arte tenga grandeza no basta con que sea poética o moral, sino que
también debe ser metafísica; y el más profundo tema de À la recherche du
temps perdu lo constituye la revelación
de una verdad puramente metafísica.” Y es en ese punto en el que debe
detenerse quien quiera comprender la profundidad del mensaje proustiano, dado
que en toda su obra, incluso en los artículos de Le Fígaro, se advierte esa pretensión de abrevar en las sutiles
subyacencias de la experiencia, gerarquizarlas y dejar en claro que la trama más
visible de información y primera lectura no es el punto de intención de lo que
se quiere transmitir. Proust fue perfeccionando este mecanismo durante toda su
vida de escritor, e indiscutiblemente en En
busca del tiempo perdido es en donde este tan pretencioso artificio
encontró su medida y efectividad, de hecho, si se avanza en la lectura de toda
su producción literaria de manera cronológica, es decir, como fue escrita y no
como fue publicada, se percibe un proceso de fraguado de esta estrategia. No
debe dejar de mencionarse tampoco que no es un demérito que semejante proyecto
literario deje entrever ciertas imperfecciones. El mismo Proust decía -incluso
puso en palabras del narrador de En busca
del tiempo perdido- que quien se
propusiera recobrar tan tremendo mensaje y traerlo del pasado al presente,
dándole la categoría de una revelación de lo eterno, era comparable a quien
construye una gran catedral, y las grandes catedrales nunca terminan de
construirse: “Y en esos grandes libros,
hay partes que solo han tenido tiempo de esbozarse y que sin duda nunca se
concluirán, debido a la misma amplitud del plano del arquitecto. ¡Cuántas
grandes catedrales permanecen inconclusas!” (Fragmento de El tiempo recobrado).
Parte de la religión:
Como
ha ocurrido con varias novelas, pongamos por caso La montaña mágica de Thomas Mann o Ulises de James Joyce, En
busca del tiempo perdido se ha transformado en una suerte de ritual literario,
que a pesar de haber transcurrido cien años de la publicación de su primer
volumen, sigue sumando adeptos, esos “amigos
de Proust, que forman en el mundo entero una inmensa sociedad espiritual…”, escribió
André Maurois en el prólogo de La vida de
Jean Santeuil. Hay quienes desisten al primer volumen, aludiendo argumentos
parecidos al de Humblot. Hay quienes llegan al tomo III o IV y abandonan en ese
umbral en que las revelaciones proustianas comienzan a cuajar y a ejercer su
efecto de fascinación. Los hay quienes, tras haber abandonado, vuelven al
tiempo y completan la lectura de la novela. Hay quienes perciben, llegando
acaso a la novela a través de testimonios, ensayos o artículos, que la catedral
los estaba esperando, y comprueban, a los pocos instantes de comenzar la
lectura de Por el camino de Swann, que
esos senderos de Combray son un espejo cuyo objetivo es reflejar los caminos
propios. Lo cierto es que para muchos lectores, el recobrar esa dimensión
proustiana de la experiencia se ha convertido en una especie de ritual. Illers,
ese pueblo de la Baja Normandía en el que el pequeño Marcel pasaba los veranos,
ha pasado a llamarse Illers-Combray debido al encantamiento que ejerce la
literatura de Marcel Proust en su feligresía. Miles de turistas llegan ahí
buscando los caminos de Proust y sus íntimos senderos. Sus biógrafos, más allá
de aportar datos sobre la vida pública del escritor, han intentado aportar
algún ladrillo más a esta eterna catedral en permanente construcción. Quien
escribe, se ha encontrado al final de un ejemplar del primer volumen de la biografía de Painter,
extraído de una biblioteca pública, escrita a mano, la receta de las magdalenas, anexada por un lector desconocido. Dejemos, en palabras de Proust, la razón
acaso más probable del porqué de este fenómeno de permanente multiplicación: “Pero para volver a mí mismo, pensaba más
modestamente en mi libro y hasta resultaría inexacto decir, pensando en los que
lo leerían, en mis lectores. Porque no serían, como ya lo he demostrado, mis
lectores, sino los propios lectores de ellos mismos, ya que mi libro no sería
más que una suerte de vidrio de aumento, como los que el oculista de Combray le
ofrecía a un comprador; mi libro, gracias al cual les proporcionaría los medios
de leer en sí mismos.” (Fragmento de El
tiempo recobrado).
Bibliografía:
1. AGUAD,
Susana (2004): “La memoria involuntaria”, Ñ, n° 41, julio, pp.
24-25
2. BERGSON, Henri ([1903] 1960): Introducción
a la metafísica, México D.F., UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
Dirección General de Publicaciones
3. BRADBURY,
Malcolm (1990): El mundo moderno. Diez
grandes escritores, Barcelona, Edhasa
4. MAUROIS,
André ([1949] 2005): En busca de Marcel
Proust, Barcelona, Ediciones B, S.A.
5. PAINTER,
George ([1959] 1967): Marcel Proust:
Biografía, 2 vols., Barcelona,
Lumen
6. PROUST,
Marcel ([1954] 2005): Contra
Sainte-Beuve. Recuerdos de una mañana, Barcelona, Tusquets Editores, S.A.
7. PROUST,
Marcel ([1927] 1998): Crónicas, Crítica
literaria, Buenos Aires, NEED
8. PROUST,
Marcel ([1927] 1998): Crónicas, La vida
en París, Buenos Aires, NEED
9. PROUST,
Marcel ([1913] 2006): En busca del tiempo
perdido. Por el camino de Swann, Buenos Aires, C.S. Ediciones
10. PROUST,
Marcel ([1919] 2006): En busca del tiempo
perdido. A la sombra de las muchachas en flor, Buenos Aires, C.S.
Ediciones
11. PROUST,
Marcel ([1921-22] 2006): En busca del
tiempo perdido. El mundo de Guermantes, Buenos Aires, C.S. Ediciones
12. PROUST,
Marcel ([1922-23] 2006): En busca del
tiempo perdido. Sodoma y Gomorra, Buenos Aires, C.S. Ediciones
13. PROUST,
Marcel ([1925] 2006): En busca del tiempo
perdido. La prisionera, Buenos Aires, C.S. Ediciones
14. PROUST,
Marcel ([1927] 2006): En busca del tiempo
perdido. Albertina ha desaparecido, Buenos Aires, C.S. Ediciones
15. PROUST,
Marcel ([1927] 2006): En busca del tiempo
perdido. El tiempo recobrado, Buenos Aires, C.S. Ediciones
16. PROUST,
Marcel (1954): La vida de Jean Santeuil, Buenos
Aires, Santiago Rueda, Editor
17. PROUST,
Marcel ([1896] 2005): Los placeres y los
días, Madrid, Alianza Editorial
18. PROUST,
Marcel (1998): Países y meditaciones (recopilación
de crónicas periodísticas), Buenos Aires, NEED