domingo, 21 de octubre de 2012

Byrne, Steinbeck, Manucho y los viajes...



“Viajar es establecer una conexión entre el mundo exterior
y la identidad del que se traslada.”
Patricia Almarcegui.


El viaje, desde siempre, ha representado para el hombre la posibilidad de algún tipo de mutación, acaso la posibilidad de transformación en una instancia obviamente externa, pero también en el orden interno, en el plano de nuestro imaginario y nuestras ansias de descubrimiento, es innegable que conforme los caminos externos van ramificando, el universo interior del viajero experimenta una expansión en varios órdenes.

No caben dudas de que existe una ligazón palmaria entre cierta literatura y el ideario del viaje, no solo en aquella que se propone reseñar el periplo de quien posteriormente narra su parte de ruta, puesto que también en una buena parte de la narrativa de ficción, el viaje está presente explícitamente, pongamos por ejemplo las salidas de Alonso Quijano en El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, los viajes de la infancia a Combray y de juventud a Balbec y Venecia del Marcel de En busca del Tiempo Perdido, o el iniciático traslado de Hans Castorp desde Hamburgo a Davos-Platz en La Montaña Mágica.

Es oportuno asimismo aludir a un aspecto más en esta concomitancia entre viaje y literatura, ya que más allá de lo expedicionario o peregrino de la historia por la cual estemos transitando, el libro es casi siempre una manera del viaje, del descubrimiento de mundos, a veces lejanos, no sólo en espacio, sino también en el tiempo. Dijo Borges alguna vez que el hecho de que su padre le franquease su biblioteca fue indudablemente el acontecimiento capital de su vida, y creo que en cierta forma, hacía hincapié en la relación que se pretende establecer en esta reseña, ya que es incontrovertible que para un niño ante el cual se abre un universo tan descomunal de historias, algunas cercanas, pero algunas, ambientadas en lugares asaz remotos, la literatura es una magnífica manera de viajar.

Pero más allá de este filosofar en torno al hecho de viajar en sus tan diversos modos, el propósito de este artículo es recomendar tres libros de viaje, que a criterio de quien escribe, merecen una especial deferencia. Uno de ellos ya ha sido reseñado en una entrada del 22 de Noviembre del año pasado en La Frontera. Se trata de Diarios de bicicleta, de David Byrne. Tal vez la particularidad más remarcable del libro de este músico y artista multimedia, sea el hecho de que propone un recorrido por lo que Byrne llama el lado “b” de las ciudades, dada la accesibilidad que permite un medio como la bici con su capacidad para escabullirse de los atascos, incluso para recorrer adyacencias y caminos alternativos que parecieran estar vedados para los otros medios de transporte, en particular para los automóviles, que en oportunidades da la impresión de que estuvieran obligados a discurrir por arterias inamovibles, sobre todo en algunas ciudades norteamericanas que son reseñadas en el libro, donde el uso de las autopistas se vuelve algo prácticamente inevitable, inclusive se plantea en Diarios de bicicleta que ciertamente hay lugares naturales a los cuales es imposible o muy difícil arribar si uno no se sirve de un medio alternativo o de la tracción de sus propias piernas, ya que esta suerte de derroteros que trasladan a millones de automóviles a diario, “curiosamente” brindan la posibilidad de escapar de esos atascos en lugares como cines, shoppings, o cualquier otro punto donde quien o quienes planificaron la arteria al parecer querrían hacer arribar a la mayor cantidad de gente posible. De todas maneras, este planteo es sólo el punto de partida de este recorrido francamente cautivador y entretenido por varias ciudades del mundo en bicicleta, razón por la cual agrego el enlace a la reseña completa para quien quiera leerla:


El segundo libro que voy a sugerir es Viajes con Charley, de John Steinbeck. Cuenta en las primeras páginas el autor de Al este del paraíso y Las uvas de la ira, que lo que motivó el inicio de este recorrido por los Estados Unidos, es que en los albores de su vejez, se dio cuenta de cuán ignorante era acerca de muchas cosas sobre las cuales había escrito: “En los Estados Unidos vivo en Nueva York, o paso temporadas en Chicago o San Francisco. Pero Nueva York no es Estados Unidos, así como París no es Francia ni Londres Inglaterra. Así descubrí que no conocía mi propio país. Yo, un escritor norteamericano que escribía sobre Norteamérica, estaba trabajando de memoria, y la memoria es, en el mejor de los casos, un receptáculo defectuoso y deformante.” [STEINBECK, J, Viajes con Charley, Avellaneda, COLOR EFE, 1985, p. 13]

Charley no es para nada un personaje secundario de la travesía, ya que este perro adulto, desde la perspectiva cronológica canina, también se encontraba frisando los inicios de la vejez, lo cual lo convierte en un compañero de ruta con ese plus para nada menor. La simbiosis entre Steinbeck y el perro transita todo el tiempo dentro de esa sociedad que entre otras cosas, va construyendo a lo largo del viaje un lazo cada vez más fuerte.

El tercer personaje del periplo es Rocinante, una camioneta encargada especialmente para el recorrido de los miles de kilómetros de peregrinaje por los estados de Maine, Nueva York, Ohio, Michigan, Illinois, Wisconsin, Minnesota, Dakota del Norte, Montana, Idaho, Washington, Oregón, California, Arizona, Nuevo México, Texas y Luisiana, y el retorno por la costa este  hasta Nueva York.

Hay una advertencia acerca de la multiplicidad de visiones que se pueden obtener del mismo lugar, dependiendo del observador. Es más, una de las ideas más interesantes de Viajes con Charley es que incluso nuestros ojos matinales y nuestros ojos vespertinos pueden diferir en cuanto a las impresiones que podemos recolectar de un lugar, es por eso que se insinúa que no se puede recomendar este relato como la Norteamérica que los lectores encontrarán, ya que ni siquiera un mismo observador obtiene siempre una idéntica impresión de un lugar, no sólo debido al factor temporal, sino sobre todo a las emociones que inevitablemente imprimirán su cariz sobre la imagen que finalmente cristalizará, haciéndonos creer que en un futuro, acaso no tan lejano en términos de tiempo, nos encontraremos con la misma experiencia.

Se encuentra también en estos apuntes de ruta, una observación respecto de la desaparición de los localismos del lenguaje, por causa de la radio y la televisión y su efecto unificador. No debe olvidarse que este viaje se hizo a principios de los sesenta, momento en el cual, estos medios de comunicación, sobre todo la tv, comenzaban a encastrarse en la cotidianeidad de las poblaciones, debido sobre todo al alcance nacional de estas ondas que para Steinbeck diseminaban un cada vez más marcado efecto “unificador y homogeneizante”, haciendo replegarse cada vez más los giros locales, sustituyéndolos por una suerte de inglés standard, envuelto, insípido y empaquetado.

Regreso al pueblo de la infancia:

Hay un aspecto de los viajes que inviste una sustancial significancia: el imaginario del retorno a un lugar que hemos dejado atrás hace mucho tiempo. Guardamos en nuestra memoria una especie de radiografía con la que pretendemos reencontrarnos en nuestra vuelta, a veces después de décadas de haber abandonado esos sitios. El regreso a Salinas, California a bordo del fiel Rocinante,  gira en torno a esta idea y al desengaño proveniente de que lo que encontramos al volver a nuestro pueblo natal después de una prolongada ausencia, no se asemeja en absoluto a lo que nuestra ingenua y romántica especulación bosquejó: “Mi regreso solo causaba confusión e intranquilidad. Aunque no se atrevían a decirlo, mis viejos amigos querían que me fuera para que ocupara el lugar que me correspondía en la trama de las remembranzas, y yo quería irme por la misma razón.” [STEINBECK, J, Viajes con Charley, Avellaneda, COLOR EFE, 1985, p. 178]

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Al enorme Texas, Steinbeck le dedica una gran cantidad de apuntes: la contradicción entre la riqueza de algunos habitantes y su fingida simpleza, las enormes distancias que es posible recorrer sin salir del estado, las diferencias climáticas entre el norte y el sur, la multiplicidad de códigos de pertenencia de las distintas ciudades, aspectos estos que sin embargo no logran romper ese códice inquebrantable que hace de Texas más que un lugar, un estado mental.

La visita a Luisiana viene acompañada por el profundo sinsabor del racismo sureño. El episodio de “Las Animadoras” es imperdible y a la vez desolador. “Las Animadoras” eran mujeres blancas que en los días en que las escuelas “de blancos” comenzaron a matricular niños negros, se paraban frente a los colegios en el momento en que los chicos entraban junto a sus padres, lanzando sus discursos cargados de una xenofobia atroz, vivadas por una buena parte de los ciudadanos de Nueva Orleans.   

En suma, Viajes con Charley es una propuesta más que recomendable en materia de literatura de viajes, ya que volviendo a esa idea de la capital importancia de los ojos del observador, muchas veces situada por encima de la significación de lo observado, no sólo propone un periplo por el Estados Unidos de los sesenta, sino también un profundo fondear en los intersticios de la personalidad de este genial escritor norteamericano.

La tercera sugerencia en materia de libros de viajes es Placeres y fatigas de los viajes de Manuel Mujica Láinez. Este libro consiste en una recopilación de las notas de viajes por el mundo que M.M.L. publicó en el diario La Nación entre 1935 y 1977. La primera edición –en dos volúmenes- es de 1984, año en que muere el escritor a quien su círculo íntimo –y con el tiempo no tan cercano- llamaba Manucho.

La relación de Manucho con los viajes comienza en la infancia. Mujica Láinez nace en el seno de una familia de la oligarquía argentina de principios del S. XX. En esos tiempos era muy común que esas familias, en consonancia con su profunda idiosincrasia europeizante, enviara a sus hijos a educarse a Europa. En el caso de los Láinez, la familia se traslada a Europa y permanece varios años en Francia e Inglaterra.

En una extensa entrevista realizada para la tv española en los años ‘70 por Joaquín Soler Serrano, el autor de Bomarzo, Aquí vivieron y Misteriosa Buenos Aires declaró: “he viajado en todos los medios de locomoción, fuera de estos, …, claro, que ya me han tomado tarde en la vida y que lo llevan a uno a la luna.”

El primer volumen comienza con el único texto que no fue escrito por M.M.L. Se trata de un reportaje realizado por el periodista Luis Mazas a Manucho y a Miguel Tato, publicado por Clarín revista el 25 de Junio de 1978; allí se cuenta la aventura del Graf Zeppelin, un vuelo desde Río de Janeiro hasta Alemania en el que se embarcaron Tato y el artífice de Placeres y fatigas de los viajes.

Los apuntes son numerosísimos, van desde los vagabundeos y caminatas por un Londres devastado en los meses posteriores a la segunda guerra, una vuelta al París de la infancia y la adolescencia, una visita a una exposición de antigüedades en el palacio Grassi de Venecia, incluso a la Quebrada de Humahuaca, hasta una reflexión sobre el turismo de paquete, ese sobrevuelo por sobre ciudades al que se ve arrastrado el turista que tiene que recorrer en ocasiones 10 países en 20 días. Escribe M.M.L. acerca del posible móvil de estos itinerarios: "El solo hecho de poder decir: 'Una noche, en Londres…', o 'Una tarde en Sevilla…', ubica espectacularmente a quien pronunció esas frases mágicas y lo exalta a la condición de oráculo político, de consejero estético y de autoridad mundana" [MUJICA LÁINEZ, M, Placeres y fatigas de los viajes, Buenos Aires, Talleres Gráficos Garamond S.C.A., 1986, p. 331]

Para quien quiera conocer más acerca de este importantísimo escritor de la literatura argentina del S. XX, sugiero la biografía Genio y figura de Manuel Mujica Láinez por Jorge Cruz.

Amén de las críticas a causa de su confeso y militante antiperonismo y anticomunismo, Mujica Láinez supo granjearse a lo largo de su vida el afecto de buena parte de los lectores argentinos, quizás debido a su capacidad para atravesar con inteligencia los límites impresos por las a veces inevitables diferencias-obviamente siempre bienvenidas por quien escribe-, pero fueron tal vez esa fascinación que ejerce su obra en quien la aborda, ese orbe monumental de amenos relatos y novelas, en algunos casos de un gran rigor histórico, y el encanto enigmático de su conversación, herramientas que Manucho utilizó perspicazmente para diseminar su mágica concepción de la experiencia a quien se atreviese a cruzar el asombroso perímetro dentro del cual se guarecía. Y volviendo al libro que nos ocupa, cabe señalar que esos hechizos lo habitan.

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Cierro este artículo rindiendo un homenaje a la experiencia del viaje, reformulada a través de la mirada y la palabra de escritores, naturalistas o amigos trashumantes, a veces escrita, a veces simplemente en forma verbal, en definitiva, la palabra de quienes se atreven a recorrer el mundo trascendiendo los límites de los soporíferos circuitos turísticos, y a descubrir las múltiples singularidades que los caminos del planeta acuñan para quien se anime a pagar el precio que siempre ha exigido lo no conocido…