sábado, 30 de junio de 2012

Sudestada

El almuerzo en casa del tío Alberto había terminado. Era habitual, casi una regla curiosamente inexorable, el hecho de que sobraran enormes cantidades de comida. Sobre la mesa, circundados por unas cuantas moscas que habían resucitado en medio del invierno, interrumpido repentinamente por unos cuantos días de un fuerte viento norte, los platos y bandejas ofrecían su contenido casi intacto en algunos casos, a los comensales que bajo una parra raquítica, iban disminuyendo involuntariamente la intensidad de su conversación.

Se levantó sin generar el más mínimo comentario por parte de ninguno de los circunstantes –casi nunca lo hacía-, atravesó la casa, y ya en la vereda, comprobó que la rotación del viento al sudeste, iba devolviéndole al día ese fresco plomizo de finales de junio. Tío Alberto vivía en la última calle antes de la barranca, uno de esos barrios cuasi fantásticos de la ciudad en donde los naranjos, un horizonte interminable visible desde esas considerables alturas, y la vista del río, facilitaban la recuperación de ciertas necesarias convicciones. Bajó la barranca por la calle que comunicaba la ciudad con los clubes náuticos. No necesitó mostrar el carnet al portero de su club. Pereira la conocía de chica. Una vez adentro, comprobó que casi era la única socia en el lugar, sólo en la dársena donde se guardaban los yates, alguno que otro solitario futuro navegante, limpiaba cubiertas, pintaba, o simplemente pasaba la cada vez más ventosa y fría tarde en esa embriagadora y suave flotación enmarcada por los sauces aporreados por la sudestada.

Fue hasta el galpón en donde se guardaban los guigues, entregó el carnet al marinero -que la observaba desde una silenciosa y distante parquedad- y retiró una canoa de las que se encontraban amarradas en el canal que comunicaba la dársena con el río.  

El Paraná de las Palmas a esa altura de su trayecto tiene poco más de cuatrocientos metros de ancho, se pueden apreciar perfectamente los detalles de la costa de la isla con la que la ciudad se contrapone. Sin embargo, a pesar de no tratarse de esos sitios en los cuales los caudales son mayores, haciendo más previsible la cólera del agua ante el azote de los vientos, el hecho de que el río discurra de norte a sur, hace que las sudestadas con sus ráfagas choquen con el torrente que baja, produciendo un tipo de ola caótica de una altura significativa, cuyo movimiento, provoca que las pequeñas embarcaciones se zamarreen de forma notable. Ella amaba exponerse a ese riesgo, el cual necesitaba, para prolongarse, que la canoa fuera conducida hacia el norte, por la margen contigua a la isla, ya que ahí la resistencia de la bajada del río es mucho menor, y remar la mayor cantidad de kilómetros posible en esa dirección, para luego ubicarse en el medio del brazo, y ayudada por la corriente contraria al viento, aventurarse al enojo de la bajante interrumpida por el fuerte torbellino que arreciaba en sentido contrario.

Tal vez…

Rema, cruza el río como otras tantas veces, el gran movimiento hace prever lo exitoso de la empresa, piensa en cómo verá, como otras tantas veces, levantarse la proa de la canoa para luego estrellarse sobre la superficie y dar con una nueva ola, piensa sobre todo en la expectativa inexplicable que experimenta entre una y otra embestida. Apunta al muelle donde el viejo Manuel en muchas oportunidades conversó con ella, le alcanzó agua fresca, dejó entrever los avatares de la soledad. En una ocasión, no tuvo que cruzar más de dos o tres frases con él para darse cuenta de su borrachera. Era una tarde calurosísima, de esas que se recordarían por décadas. Llamó a Manuel desde el muelle y este apareció por entre un pequeño montecito ubicado en el terreno vecino. La mirada del tipo era otra, ella no podía descifrar los motivos, digamos que no en su totalidad, porque es indiscutible esa singular sensación de extrañeza que nos invade cuando estamos prontos a experimentar en breves instantes algo que en nuestras vidas representará un hito: el descubrimiento de una vocación, el conocer a alguien cuya influencia cambiará nuestra vida para siempre, la inminencia del primer polvo, incluso me atrevería a anticipar que la inmediatez de la muerte. En este caso era probablemente la primera prueba de sus facultades para ejercer esa inconsciente fascinación que la acompañarían perennemente.

¿Le daba la impresión o estaba siendo tan vulgarmente seducida por ese hombre en relación al cual había desarrollado sentimientos cifrados netamente en una infantilidad deseosa de ser apañada? Y punto, todo lo demás…

Tardó meses en volver a pasar por la casa de Manuel. Cuando lo hizo, este no parecía recordar el tan engorroso affaire. Preguntó con una honestidad impoluta –así le pareció a ella- acerca del porqué de tanto tiempo de no visitarlo. Luego de esa tan feliz constatación, la relación volvió a discurrir por los cánones sobre los cuales se había forjado en sus inicios.     

Quizás, quizás si…

Rema, la sudestada cada vez más impetuosa sacude los sauces que ya pueden verse tan cercanos. Las nubes parecieran estrangularse para no soltar un aguacero contenido. Pasa junto al muelle de Manuel. Nadie a la vista. La resistencia de la corriente en bajada ha disminuido, desde acá, cada remada es ganancia, es promesa de la prolongación de la aventura que la espera cuando se entregue, cuando el río haga lo suyo.

Acaso, acaso si ese, si esa…

Rema, el canal Trinidad no está tan lejos, ya pueden verse en la costa opuesta las viejas construcciones con las cuales esa ramificación, esa misteriosa tangente acuática confronta. El tío Alberto le ha prevenido en varias oportunidades, de que cuando ande por el río, se mantenga lejos del canal Trinidad, pues la vuelta de Lucrecia está muy cerca: “nunca te acerques ahí, pasan barcos muy grandes, aparecen de golpe, vienen bajando, y si te acercás demasiado, las hélices que succionan todo, te pueden arrastrar a vos y despedazarte. Es una muerte espantosa, imaginate bordear el casco del barco sabiendo que te esperan esas hélices, no hay escapatoria. Fijate cómo cuando estamos en el club y pasa un buque de esos el agua se retira de la playa, …, es el agua que chupan las hélices.”

En la ciudad solía comentarse que Trinidad había sido navegado por experimentados remeros, por avezados pescadores, sin que ninguno de estos pudiese dar con la salida del canal al otro brazo del Paraná; se narraban infinitas circunstancias en las cuales, por diversas razones, los navegantes habían tenido que desistir y desandar lo ganado a esas quietas y oscuras aguas. Ella también había intentado internarse en esa suerte de túnel techado por enormes sauces que entrelazaban sus ramas, formando una especie de cobertura agrietada por la cual, en los mediodías claros, el sol proyectaba algunos haces que clareaban el agua en pequeñas parcelas. Pero los camalotes habían conformado una barrera infranqueable, la habían hecho replegarse, volver a la ciudad, al insoportable aburrimiento estival…

Piensa que diecisiete años son poco, que ya tendrá oportunidad de develar el misterio.

Tal vez, si, si eso no apareciese, tal vez al día siguiente las horas en el colegio no retornarían con ese mismo, ese…, tal vez Carolina volvería a sentarse junto a ella, le explicaría los motivos de su tan inconcebible alejamiento. Podría gozar en silencio de un nuevo ataque de asma de Mauricio, circunstancia que lo alejaría por un par de semanas, que evitaría, …, las palabras, condenadas palabras, tal vez el nuevo profesor de educación física se guardaría sus consejos, …, carita de boludo tratando de gustar, de volverse un héroe en un tan evidente mundo de idiotas…

Rema, decide entrar al canal del cual los camalotes la desalojaron aquella vez. El agua es de un marrón casi negro, pero extrañamente se advierte cierta transparencia, una transparencia que el marrón claro del brazo que ha abandonado nunca poseyó. Siempre tuvo que esperar largos meses para reencontrarse con el mar (hablando de esas añoradas transparencias), con su cristalina renovación, con la brisa, con la acuática recuperación de una fe perdida a lo largo de las horas. Decide intentar una inserción más prolongada. Hay instantes en los que se recobran ciertos fervores, son cada vez menos frecuentes…

Quizás, si esa enorme y estruendosa monstruosidad no surgiese, quizás dentro de un par de años reuniría la voluntad y el ardor suficientes para reivindicar su pasado en un puñado de aceptables poemas, …, es tan tranquilizador poder alejarse sin haber dejado de dar testimonio. Quizás en menos de una década abandonaría el río y se lo llevaría  por siempre con ella, lo guardaría celosamente, allí, donde señorea la extravagante incertidumbre de los sueños.

Se detiene en un muelle. Puede verse una casa con aspecto de abandono. Ata la canoa al muelle y se recuesta sobre el piso. Usa el grueso abrigo de almohada. Las nubes se precipitan hacia el norte, como escapando del fin de los tiempos. Se oye el crujir de los troncos de los sauces enormes. Son tan placenteros el arrullo del canal, el amigable vaivén de la pequeña embarcación, la contemplación de la nubosidad escapando hacia regiones más templadas.

Acaso, si esa rugiente mole no emergiese repentinamente, acaso llegaría a la adultez habiendo encontrado alguna certeza, acaso, si eso, si eso no compareciese tan de repente, atrayéndola inevitablemente, un vórtice tan poderoso, imposible de sortear, acaso hallaría aliados para vivir la tan soñada desde su infancia vida de bohemia, compañeros de ruta, seres capaces de dejarlo todo para ir tras el embelezo del camino, del desierto, para marchar en busca de otras aguas.

Rema, ha decidido volver, a finales de junio los días son tan cortos y no lleva reloj consigo. Ya está en el río, se dirige hacia el centro del brazo para exponerse al desordenado y fantástico oleaje de la sudestada. El cielo está de un gris fabuloso, las nubes suspendidas parecieran poder tocarse. Ese viento con tanto carácter, tanto imaginario marítimo, es hoy más fuerte que nunca. Empiezan a caer algunas gotitas, muy pequeñas, pero dada la velocidad de las ráfagas pinchan su cara, cosa que le agrada.

Está en medio del río, un buque colosal aparece repentinamente por la vuelta de Lucrecia…